Querido maestro:
Hoy le escribo para darle las gracias por su paciencia conmigo cuando aprendí a trazar y leer las primeras letras; por su pericia para enseñarme la numeración y las cuatro reglas de cálculo; por su empeño en iniciarme en el razonamiento de los problemas; por el gusto que promovió en mi por la lectura y, sobre todo, por su vehemencia en impulsarnos -a mí y a mis compañeros- a ser buenas personas y hombres de provecho el día de mañana.
Hoy le escribo, Don Eduardo, para celebrar su vocación, su profesionalidad y su sencilla humanidad. También para celebrar que tuve la suerte de caer bajo su magisterio.
Le gustará saber que, cuando fui mayor, estudié en la universidad, que decidí dedicarme a la enseñanza y que empecé haciéndolo con niños y niñas con necesidades educativas especiales (asociadas a déficit cognitivo, auditivo, visual, motórico...). De ellos, de sus familias y de muchos de mis compañeros aprendí que la inclusión educativa es, ante todo, un loable proyecto de humanización y justicia social. También que, por muy grandes que fuesen las necesidades de nuestros alumnos, ellos no tenían ningún problema sino que lo teníamos sus maestros y la Administración Educativa que debíamos atenderlos dándoles la respuesta a la que ellos tenían derecho.
Después he seguido trabajando en la escuela pero en el ámbito de la enseñanza ordinaria que, afortunadamente, también lo es ya de aquellos alumnos a los que yo enseñaba antes. Mi nuevo sentimiento de maestro tutor me ha colmado de alegría, de emoción y también de una hermosa responsabilidad que no me pesa ningún día sino que me anima a seguir mejorando mi práctica docente.
Le escribo esto, querido maestro, por ver cómo se alegra de que haya seguido -con mis limitaciones y mis errores- sus pasos, sus consejos y su ejemplo, y también para que vea cómo estoy empeñado en que Usted se sienta orgulloso de mi empeño.
Reciba un abrazo de su agradecido alumno José.
Le alegrará saber a don Eduardo que su ejemplo se transmite y que su alumno José es un ejemplo grande, grande, de ello.
ResponderEliminarTe agradezco, Jesús, tu amabilidad pero soy consciente de que de tu teclado solo sale aprecio hacia mí por ser uno de esos amigos que en la vida se cuentan con los dedos de la mano. Pero ya que nos ponemos, diré -solo por ser justo- que de ti, como maestro y como persona, he aprendido mucho. Y seguiré aprendiendo. "A Dios lo que es de Dios y al César lo que es de César".
EliminarTe recuerdo en el colé desde mi mas tierna infancia, y a pesar de los años transcurridos tu sigues dando a los chavales tanto como lo que recuerdo hace 25 años. Sigues con la misma ilusión, las mismas ganas y deseos. Eres grande Jose. Gracias
ResponderEliminarGracias Maria Isabel por tu generoso comentario. Estoy seguro de no ser tan grande como tú me ves (lo digo con total sinceridad) pero si me reconozco con la misma o mayor energía y vehemencia en lo referido a la defensa de mi profesión y al mejor ejercicio posible de la misma. Realmente me gusta mucho la escuela, la enseñanza y el trabajo con los niños; todo ello me colma de alegría y me impulsa a seguir mejorando mi practica docente de cada día. Tengo que decir que lo que observo entre mis compañeros es muy parecido a lo que he descrito refiriéndome a mí (esto también lo digo con honestidad). Y es una suerte porque yo pienso que la escuela es un lugar de encuentro donde se comparte para dar lo mejor de cada uno a esas personitas preciosas y frágiles que nos confiáis los padres y las madres. Gracias de nuevo, por todo y de corazón.
ResponderEliminar